Entrar al trapo. Reseña de "La guerra. Espacios-tiempos del conflicto"

"... una obra está hecha completamente por aquellos que la miran o la leen y la hacen sobrevivir por sus aclamaciones o incluso por su condena."
Cartas sobre el arte, Marcel Duchamp.




Cuando las artistas Núria Güell y Levi Orta donaron unas cuentas bancarias en paraísos fiscales a un grupo de activistas y artistas que denunciaban el sistema financiero, nos encontramos ante una intervención artística que incide en el mismo circuito (artístico y financiero), para salir de él. Algo así como un Damien Hirst invertido, que utilizaba la burbuja económica del arte moderno como parte de su propia obra. De forma buscada o no, qué importa eso ya, la exposición "La guerra. Espacios-tiempos del conflicto", reproduce ese mecanismo, solo que no en el circuito artístico o financiero, sino en el del espectáculo.

La Casa Invisible de Málaga, dentro de su extraordinaria programación, ha tenido a bien traernos la exposición "La guerra. Espacios-tiempos del conflicto". Con un importante despliegue de experiencias artísticas, así como el libro de la editorial Brumaria "Violencias Expandidas".

Como en otras ocasiones en las que la Invisible se deja colonizar por una expo, la casa ha mutado, se ha reconfigurado bailando con el influjo de estos discursos y juegos simbólicos, donde el conflicto y la violencia se apodera de sus espacios y tiempos, desde el aborto a Corea del Norte, el expolio, la lucha decolonial, o la gasolina. En "La guerra. Espacios-tiempos del conflicto", vamos a encontrar una idea fundamental: la globalidad de la guerra que no se presenta como un acontecimiento puntual, aquella política por otros medios, una excepcionalidad, sino todo lo contrario: la naturaleza de la cotidianidad tiene la forma de la guerra. Y, entre los distintos desarrollos simbólicos, hay, sin duda, uno que destaca: el resurgir de la bandera.

Un trozo de trapo con una carga simbólica tal, que es carne de cañón perfecta para el arte. Sin embargo, la crisis del estado-nación, la manera en que ha sido desbordado por los grandes emporios transnacionales, fue desnaturalizando la potencia evocadora del viejo y colorido paño. El Estado, ese aparato burocrático-militar que es sublimado en lo textil, fue desapareciendo de las referencias como si se tratara de una antigua leyenda cuyo poder había sido exorcizado. Pero la decadencia de los viejos monstruos parece siempre parcial, y si algo está marcando los desvaríos del espectáculo parlamentario últimamente en nuestro país, es este resurgir de la bandera. Por ahora, en nuestro terruño, no se envía a la gente a morir o matar tras su estela. Aunque sí levanta toneladas de terabits, en esta polvareda del escándalo-espectáculo, en el que tantos colaboramos con más o menos conciencia sobre ello.

En ese contexto, "La guerra. Espacios-tiempos de conflicto" mete y nos mete de cabeza en la fastuosidad degenerada de los discursos de la pomposidad (que, como toda buena pompa, están huecos) en la mejor línea de Okdiario. El auge de la bandera, ahora como tragedia, permite su utilización como elemento sujeto no ya a crítica, sino a manipulación, que la convierte en capote de quienes les va la vida poder embestir.

Así, Ciudadanos interviene, cargando de valor simbólico la misma exposición y dándole una dimensión que no alcanzaba. Ahora, la posibilidad del arte es defendida por una frágil institución, La Casa Invisible, que queda más expuesta que la propia exposición. ¿Serán, quienes intervienen desde el arte, capaces de defender el espacio donde ahora se da la batalla simbólica, política, económica y cultural: en la existencia del espacio mismo?

Igual que no es necesario abordar a los bancos en su sede central, pues irán a echarte de tu propia casa, el espectáculo-escándalo también toca a tu puerta y entra a todo trapo, con tan solo tener algún rol en la vida cultural malagueña, ya sea simplemente el de consumir.

La guerra está en marcha, y nos señala personalmente. Lo común está en juego. Si quien disfruta y habita lo común, se permite contemplar la guerra como experiencia en la que no intervenir, habrá sido el disparador del discurso privatizador, y su principal valedor. Si, por el contrario, lo común (la casa) se defiende y vece (aunque sea siempre parcialmente), signficará una experiencia artística, política, económica y vital fundamental para toda la ciudad.

Aquí, la idea-fuerza de la exposición, que equipara guerra y conflicto, se evidencia. En la guerra, sólo hay bandos y tierra quemada. En el conflicto, es posible la superación y la fertilidad, pues no todo conflicto necesariamente deviene en guerra. Así, ¿estamos en una guerra donde sólo puede quedar uno (o ninguno) y el imperio de la ley? ¿O la propia exposición se impugnará a sí misma y podremos sostener ese espacio de libertad que es La Invisible?

Por tanto, nos la jugamos en el desplazamiento del arte a: #CulturaSinCensura #NoAlDesalojoEncubierto #LaInviSeQueda

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