Rey Arturo - La leyenda de Excalibur.


"Alguien como tú da sentido al mal".
Vortighern mirando a Arturo.

Primero, vamos a despachar rápido lo más obvio: no es una peli, es un videoclip. La velocidad (que no necesariamente el ritmo) gobiernan por encima de la construcción de los personajes, lo que impide la identificación típica del cine, en la que nos atrapan las evoluciones personales. Al contrario, para el director Guy Ritchie (Lock and StockSnatch: cerdos y diamantes, RocknRolla, etc.), la sucesión de efectos y acontecimientos es más importante, y cada carácter se las apaña para mantenerse a flote en el río de efectos y speedicas secuencias, a base de jerga y postureo. También pertenece a la marca personal del director ese uso de una jerga londinense, que en esta peli trascenderá las épocas, posicionando los personajes como chulapones con espada. A nivel narrativo, la planicie argumental nos deja sólo un desarrollo: la lucha del poder del pueblo requiere a un líder que, para conseguir tomar lo que le corresponde (la legítima representatividad de Inglaterra), tendrá que enfrentarse a un miedo infantil: el trauma de ver cómo su padre (héroe bondadoso) era asesinado por su tío (interpretado por Jude Law), usurpador del trono que consigue su fuerza a través de un acuerdo con la oscuridad, es el ya citado Vortinghern.

Para mí, hasta aquí, esta peli es un peñazo. Pero hay algo más, un elemento interesante que a penas ha sido apuntado en la trama, pero de una riqueza destacable. Ese acuerdo que Jude Law alcanza con una especie de serpiente-sirena de varios cuerpos y cabezas, que representa al mal, le exige, para ser poderoso, sacrificar algo que realmente quiere.

Por tanto, nos encontramos con una fábula en la que se enfrentan por un lado el bien, que tiene que atravesar y sobreponerse a un trauma infantil (provocado por el mal) para conseguir ser quien realmente es, y el mal, que tiene que sacrificar precisamente lo que más ama (lo queda en él de bien). Finalmente, la película termina con una reflexión, que debido a lo tremendamente plano de todo el desarrollo queda metida con calzador: el mal cobra sentido porque genera el obstáculo que permite al bien afianzarse y ser quien es.

Una dialéctica en la que el bien tiene una ventaja enorme: ir ganando elementos positivos de liberación, frente al mal, que cada vez ha de realizar un acto de constricción más duro y desesperado. La lucha por el poder es, entonces, un camino purificador de las esencias. La película termina en un intento de catarsis moralizante, donde se explicita cómo el bien, en la lucha por el poder y la superviviencia, se libera de lo malo que hay en él, y el mal se libera del bien que hay en él, siendo derrotado finalmente.

¿No es esta la promesa de la conquista del poder por parte del pueblo inscrita en muchos relatos revolucionarios? ¿Y no es precisamente dicha promesa, al mostrarse como falsa, la que causa más desengaños?

Se debe constatar en el auge de Podemos, en algunos elementos de las políticas municipalistas (con muchas salvedades, ya que quizás en ellos ocurre de forma más parcial esta situación), en Grecia con Tsipras, tal vez también en el procés, y a otros niveles en asambleas y movimientos sociales de base. Nos movilizamos en una lucha por el poder que esperamos vaya decantando los elementos que nos someten, y así avanzar en una liberación colectiva, mientras el gobierno debería ir sacrificando y perdiendo legitimidad, hasta fenecer. Sin embargo, sabemos que justamente al intentar el ejercicio del poder de Estado, empezamos a perder legitimidad, y empezamos a tener que sacrificar elementos fundamentales en pos de mantenernos en el poder. El poder, entonces, se convierte en un fetiche, separado, deja de ser un medio para convertirse en un fin en sí mismo.

¿Y si le quitamos la lógica "mal" y "bien" a este final de La leyenda de Excalibur, y generalizamos? ¿No estamos frente a la dialéctica cerrada del mantenimiento del poder? ¿Qué hará que Arturo no tenga que enfrentarse a lo mismo para mantener el nuevo orden de Camelot?

La película nos muestra un final, en el que tras la lucha y victoria de Arturo, este invita a comer a unos nuevos amigos, antiguos enemigos aliados de su tío. Y finaliza diciendo: es mejor tener amigos que enemigos. Curiosamente, es muy lúcido y coherente este final. El proceso ha mostrado al héroe cómo es mejor no combatir desde el poder, porque eso significa ponerlo en juego. Eso es la democracia, ¿no? Generar una suficiente hegemonía que te permita no poner el poder en juego.

Pero ¿durante cuanto tiempo? ¿Qué te garantiza que no tendrás que hacerlo? ¿Puede el poder sostenerse sin su puesta en juego más allá del consenso, esto es, sin el ejercicio del terror?

Comentarios

  1. Bien, tenemos a Maquiavelo-Althusser (Juego de tronos) a Hobbes-Nash (House of Cards) o a Laclau-Mouffe (Rey Arturo)... y todavía ni se entrevé que el poder, en realidad, no es más que el semblante de un puro lugar vacío.

    Un MacGuffin, vamos.

    Claro que, cuando la ilusión se denuncia a sí misma, entonces, es cuando empiezan los chirridos (las figuras de verdad): entonces tenemos a Heliógabalo, entonces tenemos al Banquero Anarquista, entonces tenemos al Papa ateo, etc.

    Pero ya no se trata de héroes: si no de chivos expiatorios... de ahí que a María no le guste, es comprensible, la serie de Sorrentino.

    A mí mismo me jode tener que reconocérselo (entre otras razones, porque es un esteta y un decadentista de mucho cuidado: o sea, por envidia cochina)... y, sin embargo, es un grandísimo director.

    Un poco como el cabrón de Nolan, por otra parte.

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